viernes, 7 de diciembre de 2007

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA (1926) de C. Gallone y A. Palermi

En el anterior artículo ya tratamos de otras versiones anteriores de la novela de Edward Bulwer Lytton y hablamos de la confusión que una edición en VHS de Divisa había generado en muchos aficionados e investigadores sobre la versión de 1913, al vender como ésta la que, en realidad, es la versión de 1926, de la que vamos a ocuparnos hoy. Para el buen cinéfilo resulta chocante confundir por su aspecto y dinámica una película de los años 10 con otra de mediados de los años 20, máxime cuando entre el reparto, en un papel destacado, se encuentra uno de los rostros más conocidos del cine mudo internacional en los años 20, el de Bernhard Goetzke, quien protagonizara, entre otros filmes de Fritz Lang, Las tres luces. Y choca por dos motivos: porque este actor no empezó su andadura hasta 1917; pero, sobre todo, porque la presencia de un actor extranjero en una película italiana (salvo en el caso de los cómicos franceses) fue una tendencia posterior, cuando esa cinematografía andaba en sus horas bajas, y no en los años 10 cuando las pantallas italianas se llenaban de actores nacionales de prestigio procedentes del teatro y muchas veces presentados como "Signore...". Pero dejemos de insistir en ese tema y vayamos a la película.

El filme arranca con una serie de escenas que inciden en la insinuación del desnudo y en la preocupación por el cultivo del cuerpo en la Antigüedad clásica. Mujeres y hombres realizan ejercicio, entre ellos Glaucus, que es presentado como atleta, mucho más delicado y ágil que en la versión de 1913 (allí Glaucus era algo más brusco y corpulento). Glaucus también aquí está enamorado de Ione y también aparece el personaje de la ciega Nidia, enamorada de él, pero con mucho menor protagonismo: las escenas que celebrábamos en la anterior versión, la de su escapada de la celda y la de su suicidio, aquí están tratadas de manera más sucinta, incluso en el caso del suicidio da lugar a un final abrupto: se insinúa que se ha quedado bajo las aguas, pero inmediatamente aparece el rótulo "Fine", sin dar tiempo al espectador a emocionarse. Los personajes que alcanzan mayor protagonismo son Arbacus (el rostro de Goetzke, y su caché, lo valían, aunque está algo sobreactuado) y el de Apoquidus, hermano de Ione. Este último sólo servía en la versión de 1913 para motivar algunos episodios, especialmente el de su asesinato por Arbacus y la falsa acusación de éste hacia Glaucus. Aquí tiene más empaque pues se resalta mucho más su adhesión al cristianismo y el papel de esta comunidad en la clandestinidad, frente al malvado Arbacus. Incluso al final, cuando la pareja de enamorados logra poner su vida a salvo también se subraya su conversión al cristianismo y la relación de esta fe con su salvación. También Apoquidus sirve para que Arbacus atraiga la atención de Ione y lo consigue tras seducirlo con una escena muy sugerente: le ofrece a una mujer desnuda (se supone que lo está) que va apareciendo bajo unas hojas.

Los demás detalles de la historia siguen aquí, tratados con mayor o menor intensidad: el encuentro y posterior compra de la esclava; las artimañas de Arbacus para conquistar (y retener en su casa) a Ione; su rescate por Glaucus, después de una pelea con Arbacus (aquí tratada con más tiempo); el brebaje preparado por Arbacus y servido por Nidia a Glaucus; el deambular de éste (algo más contenido en gestos) por Pompeya y su acusación por Glaucus (aquí cobra mayor importancia la aparición de otro personaje, Clainus, testigo de que Arbacus miente); el espectáculo circense y, posteriormente, la erupción del Vesubio, invocada por Arbacus, y la huida en barca de unos pocos elegidos.

En líneas generales, la película pierde en la comparación con la de 1913 en sus aspectos individuales, tanto en la dramaturgia como en la composición cercana en los encuentros y desencuentros entre los personajes principales. Gana, eso sí, en las escenas de masa, especialmente en las de la parte final, primero en el circo, donde realmente se siente el acoso de la multitud a Arbacus y, sobre todo, tras la erupción del volcán, donde la cinta alcanza una cierta espectacularidad, con aires de superproducción. A pesar de lo avanzado de su fecha y de lo que se hacía en otras latitudes por esos años, la cámara está bastante estática y sólo se mueve (eso sí con equilibrado dinamismo) en contadas escenas y como introducción a espacios: la presentación del palacio de Arbacus, la entrada en la arena del circo...

Carmine Gallone (en la foto), el director de esta cinta, junto a Amleto Palermi, sería más tarde uno de los autores más conocidos del peplum, especialmente gracias a Escipión, el africano (1937) y dirigiría, además del que nos ocupa, algunos de los remakes de obras importantes de la cinematografía muda italiana, como Messalina (1957), junto a muchas adaptaciones literarias de diversa índole y cintas basadas en argumentos de ópera. A su vez, la historia de Edward Bulwer Lytton conocería otras versiones, más o menos logradas, dirigidas por Marcel L'Herbier (1950) y Sergio Leone (1959, aunque no acreditado). Existe también una cinta de 1935, con idéntico título, pero muy diverso argumento, firmada por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoesdack.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por divulgar esta gran época que fue el cine mudo. Desde Barcelona un abrazo y feliz 2008