lunes, 11 de junio de 2007

ALFRED LIND: CINE Y CIRCO


Una de las productoras nacidas en los años de esplendor del cine danés fue la skandinavisk-russiske Handelshus (Danish Scandinavian-Russian Trading), conocida con ese nombre entre 1911 y 1913, año en que pasó a denominarse Filmfabriken Danmark. Produjo unos 90 títulos hasta 1919 y a partir de esa fecha, en plena crisis y orientada fundamentalmente al documental, inició su declive hasta su cierre definitivo en 1923. Entre lo poco rescatado de su producción se sitúan dos títulos de Alfred Lind, restaurados y editados en DVD por la Filmoteca Danesa: El circo volador (1912) y El domador de osos (1912). Ambos comparten un mismo escenario (el circo ambulante), los triángulos pasionales y el encanto de la protagonista: Lilli Beck.

El mundo del circo ya había interesado a Alfred Lind (1879-1959) en la más antigua versión de Los cuatro diablos (1910), según la historia de Herman Bang con trapecistas como protagonistas, que más tarde fue adaptada también por A.W. Sandberg (1920) y por F.W. Murnau en la desaparecida Four Devils (1928). Alfred Lind fue un destacado actor, operador de cámara, director y productor, labor esta última en la que jugó un papel crucial en los inicios del vecino islandés.

Den flyvende Cirkus (El circo volador, 1912)

Un funambulista, al que pretende una encantadora de serpientes, se enamora de la hija del alcalde, a la que consigue salvar de un incendio, caminando de ventana a ventana por una cuerda. A pesar de ello, el alcalde rechaza que el joven se convierta en su yerno por su condición de artista, pero, sobre todo, por su pobreza. El funambulista se plantea entonces como reto llevar un pequeño cañón al ayuntamiento caminando por una cuerda, lo que despierta una gran expectación. El principal obstáculo que encontrará en su camino será la serpiente del circo, que se ha escapado de su cesta y se ha encaramado a la cuerda, justo en el último tramo antes de la ventana. Allí se asoma la hija del alcalde, quien logra hacer entrar a la serpiente. La pareja se abraza en la ventana y a su lado, la encantadora de serpientes, resignada a esta relación que ya no puede obstruir, trata de recoger en sus brazos al reptil.


La película, que tuvo un gran éxito y dio lugar a una secuela, de la que hablaremos líneas más abajo, tiene sus mejores momentos en las acrobacias del funambulista, tanto en el circo, como en los retos a los que se ve obligado. En el rescate de su amada tras un incendio, la cámara se sitúa dentro de la habitación de enfrente y desde allí, con un gran sentido de la profundidad y la creación de espacios dentro del mismo plano (en otras escenas serán puertas, cortinas, arcos...), se visualiza la otra ventana, con la amada en peligro, y el recorrido del funambulista hasta ella. Si es un trucaje, no se nota. El camino del funambulista hacia la ventana del ayuntamiento para conducir un cañón se inicia con un aire documental: recuerda en ese sentido a los documentos de la Nordisk o de Elfelt sobre pioneros del aire en sus demostraciones públicas. Esta vez, sí se observa el vacío bajo la cuerda del funambulista, al verse su recorrido de derecha a izquierda, y la escena está reforzada por la gran multitud agolpada para contemplarle. El final, en cambio, pierde ese aire documental y recuerda su condición de melodrama-película de acción, con la inquietante silueta de la serpiente colgada de la cuerda y el funambulista algo nervioso en su avance.


La llegada a la cuerda de la serpiente desde su cesta constituye una de las secuencias más impactantes de la película. A pesar de los evidentes cortes en algunos planos para que la secuencia no sea tan larga, se consigue captar la lentitud con la que la serpiente avanza desde la cesta, sale de la habitación, se mueve por un tejado y llega a su destino, secuencia potenciada por la sensualidad propia de la piel de este reptil y su movimiento. Su dueña, la encantadora de serpientes, es un personaje realmente atractivo, en claro contraste por su actitud y movimientos al recato de la hija del alcalde. Una escena crucial en la definición del personaje es su conversación con un mono disfrazado tumbada, vestida con camisón y fumando en una actitud de mujer liberada que a buen seguro despertaría tantas pasiones como indignaciones en el contexto moral de la época.


Bjørnetæmmeren (El domador de osos, 1912)

En el pequeño mundo de un circo, una encantadora de serpientes (de nuevo, Lilli Beck) y el domador de un oso (domador interpretado por el propio Alfred Lind) se enamoran y se casan. Más tarde, la esposa decide aceptar una oferta para hacer de bailarina en un teatro de variedades, donde interpreta la danza de la serpiente, gracias a la mediación del director del local, un cazatalentos con el que flirtea, además de con uno de los actores. El domador descubre la relación y obliga a su mujer a volver a casa.

El primer acto, de tono romántico y cómico, describe el enamoramiento de la pareja, el encanto del mundo ambulante de la vida en las carretas del circo y finaliza con la boda. En el banquete está muy bien captado el ambiente festivo, con un plano de la mesa abarrotado de acciones y personajes, entre los que destaca la presencia pintoresca de un mono disfrazado que toca el organillo. Este personaje sirve para cerrar el primer acto, cerrando una cortina tras la que los amantes se retiran para disfrutar de su noche nupcial.

A partir del segundo acto la película adopta un tono más sombrío y se decanta por el melodrama, en el que, además de las relaciones propiamente dichas, están en juego los modos de vida: lo que le atrae a la bailarina de su amante no es tanto él mismo como sus atenciones y el mundo estable y copioso (con el manido recurso del racimo de uvas para representarlo) que su amante le ofrece, un mundo más sofisticado que el primario e inestable en el que actualmente vive. El acto se inicia con un número teatral, una danza india que alude a una serpiente y que tiene como principal elemento en el escenario un gran Buda. Aunque nacida de una estereotipada visión de Oriente, la escena sabe captar la atención del espectador por la sensualidad de los movimientos de la bailarina y por el juego de sombras que se establece alrededor de la gran estatua de Buda. Las sombras en su relación con los espacios vuelve a estar presente en la impactante aparición del marido en la habitación donde la bailarina y su amante están coqueteando. De un espacio en sombras, sale una mano con una soga y el borde una cortina, que poco a poco se va retirando hasta mostrar el rostro agresivo del domador celoso. El final de la película ofrece un gran plano, con la mujer afligida al fondo, junto a las escaleras y la entrada de la vivienda, y el domador, al otro lado de un arco que sirve para separar dos espacios dentro del mismo plano. Están juntos en el mismo encuadre, pero sus mundos están separados, y la imagen se hace eco sutil de ello.

Es, sin duda, el mejor detalle técnico que caracteriza la cinematografía de Alfred Lind, además de su habilidad para insertar números de circo en sus tramas, situadas entre la historia romántica y el melodrama.

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